Coco, película de Lee Unkrich: Análisis y Opinión
Con estos hermosos versos se despidió de Coco su bohemio papá, antes de partir en busca de su sueño: convertirse en músico. Sin embargo, para poder lograrlo, se vio obligado a dejar atrás su pueblo, Santa Cecilia, y, con él, a su amada familia, o sea, su esposa y su pequeña niña; a quienes no le quedó más remedio que superar su partida, algo que, a fin de cuentas, resultaría conveniente, puesto que no volverían a verlo nunca más en su vida.«Recuérdame, hoy me tengo que ir mi amor.
Recuérdame, no llores por favor».
No obstante, con aquel objetivo puesto en la mira, la señora Imelda, despechada, no sólo le arrancaría la cabeza a su marido en el retrato familiar, sino que además tomaría una decisión bastante drástica, una decisión que, incluso, marcaría el destino de las generaciones venideras: prohibió la música en su familia... y no sólo eso, sino que buscó reemplazarla por el oficio de zapatería, una profesión mucho más estable, sedentaria y familiar que aquella deleznable vocación musical, seguida y admirada sólo por gente "abandona-familias", como su propio marido. Mas, con este veto y esta resolución, ¡condenó a todo miembro de su familia, tanto los ya nacidos como los que estaban por nacer, a la ocupación de zapatero!
Éste es el peculiar comienzo, narrado de forma extraodinaria a través de cenefas de papel picado colgando en cordeles, con el que Disney nos introduce de lleno a su más reciente éxito cinematográfico, la cinta más ganadora en los premios Oscar junto con «La Forma del Agua», ya que sería galardonada como la mejor película animada, así como por la mejor canción original: «Coco»; la cual nos llevará en un cautivador viaje no sólo al corazón del hermoso país de Mexico, sino también al corazón de su fe, al corazón de sus costumbres y al corazón de su pueblo... tanto el que goza de vida como el que habita la inexorable tierra de los muertos.
Análisis
«A la abuela siempre se le obedece».Quizás no exista un solo hispano que no haya escuchado esta característica frase en su niñez: tal es el afecto y el respeto que les debemos desde pequeños a nuestras abuelas. Y, en efecto, cinco generaciones han sucedido desde que Mamá Imelda proscribió la música en la familia Rivera y, aun así, nadie duda en obedecer a su mandato, por más que hace mucho ella haya pasado ya a mejor vida (al otro mundo).
Su hija pequeña, Coco, no es ahora sino la actual matriarca de la familia, una curiosa viejita con más arrugas que un Shar Pei, ajena casi por completo a lo que le rodea y que, poco a poco, va perdiendo la capacidad de la memoria. Es por ello que, mientras que ella se limita a recibir el cariño y calor de sus bisnietos, su hija es quien se encarga de velar la tradición y mantener a raya a todo aquel que ose ponerla en riesgo.
Aquí es donde Miguel entra en escena. ¿Quién es él? Un niño de doce años, bisnieto de Coco y tataranieto de Mamá Imelda... pero con un sueño que contraría la prohibición de su familia y el oficio de zapatería al cual, aun desde antes de que naciera, estaba ya predestinado: sueña con convertirse en músico. Y ¿qué mejor oportunidad se le podía presentar para perseguir su vocación que el festival de talentos que se celebrará el día de muertos?
Intenta ir a hurtadillas, mas pronto se ve interceptado por su familia, la cual decide adelantar su inserción en el negocio generacional. Miguel se halla contrariado; sin embargo, su resolución se renueva tras escuchar las alentadoras palabras de su fallecido ídolo, Ernesto de la Cruz, y su pasión se encandila todavía más al descubrir que su ídolo mismo fue su tatarabuelo.
Seguro de este descubrimiento y de que, al enterarse de él, su familia le daría a su vocación finalmente el ansiado visto bueno, Miguel decide contárselo detalladamante... mas, ni siquiera por ello. Aun así, se lo prohíben terminantemente: su abuela rompe su guitarra, sólo minutos después de perseguir con su temible chancla al mariachi que conversaba con él en la plaza.
Acongojado y fastidiado por el poco apoyo recibido de parte de su propia parentela, Miguel huye de casa: cueste lo que cueste, acudirá al festivar y aprovechará su momento; no obstante, desprovisto de una guitarra, no encuentra más remedio que robarla del mausoleo dedicado a Ernesto de la Cruz (a fin de cuentas, en vista de que era su tatarabuelo, podría considerarse aquello como ‘herencia familiar’).
Pero el día de todos los muertos es una fecha que sirve para dejarle cosas a los muertos, ¡no para quitárselas! Ciertamente, Miguel estaba muy poco enterado de que, al hacerlo, despertaría un encantamiento que lo conduciría a la tierra de los muertos, tanto a él como a su perruno amigo, Dante, un juguetón xoloitzcuintle (curiosamente nombrado como aquel mítico poeta Católico provenzal que, en su propia obra, atravesó el Infierno, el Purgatorio y el Cielo: Dante Alighieri).
Una vez allí, Miguel se topará con sus familiares ya occisos, a quienes conocía sólo por fotografías; y ellos, asombrados de verlo mucho antes de tiempo —y, para colmo, aún con vida—, temen que aquel hechizo no se pueda romper; sin embargo, se hace presente Mama Imelda para poner las cosas en orden. Juntos, se enteran de que el encantamiento pierde su efecto con la bendición de un familiar, la cual debe ser otorgada a través de un pétalo de cempasúchil, la flor que sirve para señalar el camino que uno debe recorrer cuando agota su vida.
¡Simple! ¿Cierto? A fin de cuentas, es día de muertos, lo que significa que esas flores abundan por doquier. No obstante, Miguel se niega a recibir la bendición de Mama Imelda, puesto que lo condiciona a dejar el sueño que tanto añora y alejarse perpetuamente de la música.
Así, con la ayuda de Héctor, un sujeto extravagante y desesperado porque el mundo casi lo ha olvidado por completo (lo cual significa la muerte final, la muerte de la otra vida), Miguel huye también de sus familiares muertos para recorrer aquella extraña tierra en busca de la bendición de su tatarabuelo, desatando una persecución que pondrá en riesgo su propia vida, ya que, si no consigue regresar al mundo de los vivos antes de que se acabe el día, Miguel no podrá retornar nunca más: se quedará para siempre en la tierra de los muertos.
Opinión
Esta película retoma el hilo que hace un par de años había empezado a tejer «El Libro de la Vida»: ambas tramas se desarrollan en el mismo país y en el mismo universo cinematográfico —y, como queda claro, en la misma tierra de los muertos—; pero, a pesar de ello, no se puede considerar a esta nueva entrega como una secuela de la anterior, puesto que, dejando de lado el escenario, ambas historias no se relacionan entre sí.
Aun así, si uno logró sentirse identificado con la cultura que se muestra en la primera, le será imposible no redoblar su orgullo hispano luego de mirar ésta. Ello es que, en la más reciente cinta, han llevado a otro nivel las referencias hacia la cultura hispana y, como resulta obvio, en especial hacia la cultura mexicana; nos han bombardeado con alusiones ya grandes ya pequeñas; las han soltado a lo largo del filme como piedras a tablado sin darnos tregua o un segundo de descanso.
Desde los cordeles con papel picado, pasando por los crucifijos en cada habitación y sin olvidarnos de las fotos, las velas y las ofrendas —que aún recuerdo cómo nos enseñaban en el colegio a dejar para los difuntos; en especial, comida, para los muertos más hambrientos—. Incluyeron homenajes tan elementales y vistozos como las Iglesias, las calles pueblerinas o el culto del día de muertos (importantísimo en América Latina y, sobre todo, en México), como también detalles muy particulares como el xoloitzcuintle o perro mexicano, los mariachis, los alebrijes, la flor de cempasúchil, los altares, los tamales, los vendedores ambulantes, la peligrosísima chancla con que nos advertían que no debíamos portarnos mal e, incluso, la forma de llamar a nuestras abuelas ‘Mamá’, tradición que uno mantiene aún en su adultez (a menos que yo sea el único que, a esta edad, sigue llamando a su abuelita de esa manera).
Es más, ni siquiera pasaron por alto a aquellas grandes figuras mexicanas que ya no están con nosotros: podemos ver en cameos a Frida Kahlo, Jorge Negrete, Emiliano Zapata, María Felix, Dolores del Río, Agustín Lara, El Santo, enmascarado de plata, y hasta a Cantinflas. ¿Me olvido de alguien? A decir verdad, se podría decir que, a simple vista, el gran Ernesto de la Cruz, ídolo de Miguel, está basado casi en su totalidad en el inmortal cantante Pedro Infante; sin embargo, no hubiese sido cordial que este homenaje llegara a ser completo u oficial por motivos que se sobreentienden más adelante en el desarrollo del argumento; a lo mejor es por esta razón que, finalmente, decidieron que el inolvidable Pedro haga una breve aparición junto al resto de estrellas.
Con todo ello, el resultado es impecable: una bomba repleta de inagotables elementos con los que todo hispano se ha de sentir sí o sí caracterizado y, más que nadie, nuestros hermanos mexicanos; pero que, eso sí, a pesar de volcarse en referencias culturales, no descuida en ningún momento el desarrollo de la trama, la cual va cobrando más y mayor interés conforme se va desplegando; ello, merced a los imprevisibles giros argumentales que adopta, de los cuales mentiría al decir que no me tomaron por sorpresa mientras veía la película,.
Aun así, si uno logró sentirse identificado con la cultura que se muestra en la primera, le será imposible no redoblar su orgullo hispano luego de mirar ésta. Ello es que, en la más reciente cinta, han llevado a otro nivel las referencias hacia la cultura hispana y, como resulta obvio, en especial hacia la cultura mexicana; nos han bombardeado con alusiones ya grandes ya pequeñas; las han soltado a lo largo del filme como piedras a tablado sin darnos tregua o un segundo de descanso.
Desde los cordeles con papel picado, pasando por los crucifijos en cada habitación y sin olvidarnos de las fotos, las velas y las ofrendas —que aún recuerdo cómo nos enseñaban en el colegio a dejar para los difuntos; en especial, comida, para los muertos más hambrientos—. Incluyeron homenajes tan elementales y vistozos como las Iglesias, las calles pueblerinas o el culto del día de muertos (importantísimo en América Latina y, sobre todo, en México), como también detalles muy particulares como el xoloitzcuintle o perro mexicano, los mariachis, los alebrijes, la flor de cempasúchil, los altares, los tamales, los vendedores ambulantes, la peligrosísima chancla con que nos advertían que no debíamos portarnos mal e, incluso, la forma de llamar a nuestras abuelas ‘Mamá’, tradición que uno mantiene aún en su adultez (a menos que yo sea el único que, a esta edad, sigue llamando a su abuelita de esa manera).
Es más, ni siquiera pasaron por alto a aquellas grandes figuras mexicanas que ya no están con nosotros: podemos ver en cameos a Frida Kahlo, Jorge Negrete, Emiliano Zapata, María Felix, Dolores del Río, Agustín Lara, El Santo, enmascarado de plata, y hasta a Cantinflas. ¿Me olvido de alguien? A decir verdad, se podría decir que, a simple vista, el gran Ernesto de la Cruz, ídolo de Miguel, está basado casi en su totalidad en el inmortal cantante Pedro Infante; sin embargo, no hubiese sido cordial que este homenaje llegara a ser completo u oficial por motivos que se sobreentienden más adelante en el desarrollo del argumento; a lo mejor es por esta razón que, finalmente, decidieron que el inolvidable Pedro haga una breve aparición junto al resto de estrellas.
Con todo ello, el resultado es impecable: una bomba repleta de inagotables elementos con los que todo hispano se ha de sentir sí o sí caracterizado y, más que nadie, nuestros hermanos mexicanos; pero que, eso sí, a pesar de volcarse en referencias culturales, no descuida en ningún momento el desarrollo de la trama, la cual va cobrando más y mayor interés conforme se va desplegando; ello, merced a los imprevisibles giros argumentales que adopta, de los cuales mentiría al decir que no me tomaron por sorpresa mientras veía la película,.
Valoración: 9/10
Pixar lo ha hecho nuevamente: nos ha robado el corazón con una historia cautivadora y llena de lecciones que todo el mundo conoce, pero que parece olvidar con el pasar de los días. Sabemos la importancia de la tradición y la familia. Sabemos que la muerte es inevitable y forma parte de la vida. Sabemos que debemos esforzarnos al máximo por alcanzar nuestro sueño y no dejar que nadie nos lo impida. Todo esto nos lo vuelve a enseñar esta película, que sobresale del resto por estar impresa de aquella hermosa tonalidad latina que genera tanta estima en todas las naciones; por ello mismo, lo único que se le podría reprochar sería, más allá de haber mostrado un par de cruces, el haber excluido en todo lo demás a nuestra amada fe Católica, madre de nuestras tradiciones y baluarte de América Latina.
A fin de cuentas, no dudo que, al ver esta cinta, incluso los ‘gringos’ se van a sentir identificados con la cultura mexicana. En cuanto a mí, un peruano, me hizo sentir orgulloso de ser hispano y de compartir tantas costumbres con toda América y, en especial, con el caluroso pueblo mexicano.
Y, a quien no le haya gustado..., ¡un chanclazo!
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