Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein; or, The Modern Prometheus), novela de Mary Shelley: Análisis y Opinión

«Aprecio la vida, aunque sólo sea una sucesión de angustias, y la defenderé».
Éste es el desesperado grito —o, mejor dicho, uno de los desesperados gritos— con que el horroroso monstruo creado por el Dr. Víctor Frankenstein le reclama a su propio creador la irresponsabilidad de la que usó al haberlo dotado de vida en un mundo cruel al cual jamás podrá pertenecer, para luego abandonarlo en él a su desventurada suerte, condenándolo así al odio y al rechazo de los seres humanos.

Y, con estos mismos gritos desgarradores —los cuales prodrían traducirse fácilmente como un llamado a Dios, nuestro creador, por habernos destinado, en nuestra fragilidad, a padecer de forma inevitable inmenso sufrimiento y dolor—, es que nace una leyenda por medio de la pluma de su escritora... o, dicho de otro modo, por medio de la mano de ‘su creadora’.

Son incontables las adaptaciones, referencias, inspiraciones y todo tipo de derivados que han surgido de esta mítica obra que Maria Shelley, al igual que el Dr. Víctor Frankenstein a su criatura, ensambló y llenó de vida, rescatando piezas de goticismo, ciencia ficción, terror y filosofía.

Análisis

La novela no arranca directamente con la creación del monstruo o la historia del Dr. Frankenstein, sino con un personaje completamente diferente y de un modo muy particular: las cartas que Robert Walton, un joven aventurero, escribe a su hermana al tiempo que se embarca en una peligrosa expedición al Polo Norte.

Y, en efecto, es de esta manera, a través de las cartas que Robert va escribiendo a su hermana Margaret, que se nos presenta la trama principal de la novela y, con ella, nos enteramos poco a poco de aquella historia sobrenatural que constituirá el clásico que hoy en día todos conocemos.

Cuando al fin, después de arduos esfuerzos, el joven explorador ha conseguido formar una tripulación y, entre cuantiosos peligros, se va acercando a su gélido destino, su navegación sufre un contratiempo: se ve detenida en medio del mar congelado, merced a las inclemencias del clima. Es durante esta imprevista adversidad que, de pronto, los marineros observan con extrañeza desde el atascado navío cómo, a lo lejos, un insólito sujeto de gigantes, discordantes e inhumanas proporciones cruza a toda velocidad sobre el hielo a bordo de un trineo tirado por canes, hasta llegar a perderse de vista en el horizonte.


Al día siguiente, el joven Walton, capitán y jefe de la tripulación, se despierta a las grandes voces que sus hombres prodigan desde la borda sin cesar. Entonces, abandona su recámara y, al hacerlo, descubre que un nuevo sujeto, también sobre un trineo (aunque tan desemejante al del día anterior cuan similiar a cualquier humano con facciones y rasgos convencionales), se halla junto a la embarcación, negándose a subir en ella no obstante su estado débil y agonizante, sin prestar caso a los incesantes ruegos de los miembros de la tripulación. Sin embargo, el misterioso desconocido acepta subir sólo después de ver al joven capitán y de enterarse, de boca de éste, que se dirigen hacia el Polo Norte.


Tras varios días de paciente mejoría física, el más reciente tripulante se presenta a Robert como Víctor Frankenstein; y, conforme el joven explorador encuentra en él a aquella persona que tanto deseaba conocer: alguien con quien compartir su sinceridad y admiración, ambos comienzan a entablar una espontánea relación de amistad.

En el momento en que la confianza se torna abierta entre los dos, por lo que uno y el otro disfrutan manifiestamente de la mutua compañía, el Dr. Frankenstein decide develarle a Robert el porqué de su maltratado estado y, además, darle a conocer las penosas circunstacias que le llevaron hasta aquel lugar y hasta aquella lamentable situación. Así, da inicio a su narración, la cual Robert decide transcribir en sus cartas cada noche con lujo de detalle y de forma muy devota.

Víctor Frankenstein le describe su alegre infancia, el familiar entorno suizo en que se crió y el amor que en todo momento desbordaba a su familia; en la cual, debido a que él era el mayor de los hijos, se esperaba de él sólo lo mejor: estudiar, ser un profesional y casarse con la hermosa y risueña prima que creció con él, Elizabeth Lavenza. No obstante, toda aquella paz y amenidad cambió en el instante en que decidió dejar su casa para cursar estudios de medicina en la Universidad de Ingolstadt.

Su afán por aprender se tornaría pronto en obsesión, obsesión que no sólo le llevaría a ganar rápido reconocimiento entre los demás estudiantes y docentes, sino que también sería el estímulo para que cometa actos a todas luces abominables; de los cuales se arrepentiría, pero, aun así, le pasarían factura más adelante.

Profanó tumbas, las saqueó y, con los miembros que robaba, armó en el más impenetrable secreto una criatura, la cual, merced a sus conocimientos, logró dotar de vida... sin embargo, al hacerlo, inmediatamente cayó en cuenta de semejante imprudencia y huyó de su laboratorio, creyendo librarse así de su espantosa creación. Mas, aun así, no lo consigue: al interior de su habitación vuelve a encontrarse con ella.


A pesar de que logra librarse del monstruo una vez más, no consigue deshacerse de la sensación de tenerlo siempre cerca, lo que redundaría en una fase de paranoia. Por ello, su recién llegado mejor amigo, Henry Clerval, quien supone que aquello se debe al exceso de trabajo, se ve obligado a atender a Víctor hasta que se recupere y pueda retornar con su familia.

Tienen que transcurrir varios meses bajo el cuidado de su amigo hasta que su salud finalmente progresa; mas, así como se convence de su ligera mejoría, decide regresar a su hogar sin dudarlo, ya que se entera de que uno de sus hermanos, en su tierna edad, ha sido asesinado. ¿Quién diría que, al llegar a casa, se daría cuenta de que el monstruo que él mismo había creado era el culpable del vil crimen cometido? Y no sólo eso, sino que, además, la justicia está por condenar a la horca a una sirvienta de su hogar, una pobre muchacha que amaba al niño y jamás sería capaz de hacerle daño.

A despecho de los incansables esfuerzos por evitar aquella injusticia, Justine Moritz, la sirvienta, es ejecutada; lo cual, sumado al pesar por la pérdida de su hermanito, hunde al afligido Víctor en un permanente estado de culpa, que no tardaría en convertirse en sed de venganza.

Es así que se aventura en una cacería, la misma que le lleva a recorrer las montañas adyacentes al lugar del crimen... hasta que, sorpresivamente y sin mucho esfuerzo, logra dar con el monstruo. No obstante, lo cierto es que el cazador había sido cazado, pues era el monstruo quien lo estaba buscando. Sin embargo, lejos de querer lastimarle, esta criatura pide hablar con él: lo lleva a un remoto paraje y, allí, le explica cómo, luego de despertar y conocer la belleza del mundo, conoció el horror que significaba su propio espantoso ser, el cual, sin merecerlo, se hacía acreedor del rechazo del resto y de un inconmesurable sufrimiento.


Después de relatarle detenidamente el gran dolor que le ha tocado vivir, pasa a reclamarle su imprudencia al haberle dotado de sentimientos y pasiones, pero abandonado al desprecio y al asco de la humanidad. Sin embargo, no acabaría todo con los reproches del monstruo, sino que, antes de desperdirse, le exige a Víctor la creación de una compañera, bajo la excusa de que, sólo junto a alguien como él, prodría amar al mundo otra vez.

«Yo era afectuoso y bueno; la desgracia me ha convertido en un demonio», le dice a Víctor. «Hazme nuevamente feliz y volveré a ser virtuoso». En un principio, el Dr. Frankenstein se niega; no obstante, ¿qué otra opción le queda si el monstruo ha amenazado con asesinar a todos sus seres queridos? O, en todo caso, ¿sería capaz de darle caza y matarlo antes de que acabe con su familia y sus amigos?

Opinión

«De ti depende que abandone para siempre la vecindad humana y lleve una vida inofensiva o que me convierta en el azote de tus semejantes y en causa de tu pronta ruina».
Ésta es la clase de complejas decisiones que, junto con Víctor, debemos tomar a lo largo de la novela: Mary Shelley nos plantea dudas existenciales, diversas cuestiones filosóficas de honda dificultad que, inevitablemente, nos vamos a sentir con la necesidad de responder cuando nos ponemos en la piel de los personajes; ello, muy a pesar de que tengamos que devanarnos los sesos para dar con una respuesta que puede no existir o que, quizás, nunca sepamos si es la correcta.

Resulta maravilloso contemplar cómo la autora logró tocar temas tan profundos con la lozana edad de dieciocho años, a pesar de que fue a los veinte que logró publicar finalmente su obra. No obstante, la espera no se debió a que se le presentaran obstáculos para la publicación debido a su sexo (como sí le sucedería a Jane Austen con su novela ‘Orgullo y Prejuicio’, hasta el punto que hubo de esperar diecisiete años y resignarse a que la primera edición se publique de forma anónima), sino que Mary aprovechó esa brecha de tiempo para editar y perfeccionar el texto con la ayuda de su marido: el famoso escritor, ensayista y poeta Percy Bysshe Shelley.

Con todo, hechos como el que su afamado marido haya sido el editor de la obra —o que contara con un círculo de amistades muy influyentes (y envidiables), entre las cuales figuraba el mismísmo Lord Byron— no deslucen ni restan mérito alguno al esfuerzo y trabajo que Mary Shelley nos ha dejado: logró inmortalizar una hazaña sin igual a través de sus palabras, compuestas magistralmente dentro de una narración enmarcada.

¿Me identifiqué con algún personaje?


Hubiese sido difícil no hacerlo. Ya que la novela se relata por intermedio de diferentes voces, es prácticamente imposible no identificarse con aquel que habla en el momento dado. Al principio, uno simpatiza con Robert y su anhelo por explorar el mundo; luego, el Dr. Frankenstein nos hace cuestionarnos hasta dónde somos capaces de llegar por obtener conocimiento y qué no osaríamos hacer por nuestra familia, e inclusive el monstruo, al hacernos partícipes de su dolor y de su ira, nos enseña que no debemos despreciar a nadie sólo por su aspecto u origen, así como también nos recuerda nuestra obligación a amar, respetar y defender la vida.

Valoración: 7/10

La novela mezcla tópicos que suscitan mucha reflexión con giros argumentales que no dejan lugar a que, a lo largo de la trama, nuestra mente sea capaz de encontrar un solo punto de comodidad. Al mismo tiempo, gracias a su estilo narrativo, no nos limita a conformarnos con una sola opinión, sino que, antes, nos obliga a apreciar los hechos desde diferentes puntos de vista.

La suma de lo anterior redunda en que, como lector, simpatizante o no del género de terror, uno tenga que embadurnarse de las mismas emociones que los personajes: compartir sus penas, sus tristezas, su ira y su melancolía. Y, al final de todo, nos preguntamos: ¿somos el monstruo al que su creador pareciera haber abandonado o, en todo caso, aquellos seres indiferentes al dolor que recae sobre nuestros hermanos?






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