Orgullo y Prejuicio (Pride and Prejudice), novela de Jane Austen: Análisis y Opinión

«Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa».
Con esta curiosa frase inicia una de las clásicas novelas inglesas más conocidas y queridas de todos los tiempos. Allá por 1813, tras varios intentos fallidos, se publicaba por primera vez, aunque, cabe decirlo, al principio lo hizo de forma anónima por motivos que explicaré más adelante.

Análisis

La trama gira en torno a la familia Bennet, un padre flemático y quizás demasiado tranquilo, en contraposición a una madre escandalosa y angustiada por alcanzar su máximo sueño: dar en casamiento a sus cinco hijas y, así, asegurar su futuro (tanto el de ellas como, sobre todo, el suyo propio); todo esto, en vista de que, por las leyes inglesas vigentes en la época, al no contar con ningún hijo varón, la casa donde vivían no sería heredada por sus hijas a la muerte de su padre, sino por un primo de ellas al que no conocían, llamado William Collins.

Las cinco hijas llevan por nombre Mary, Catherine (Kitty), Lydia, Elizabeth (Lizzy) y Jane; sin embargo, es en estas dos últimas, las mayores, en quienes se va a centrar el argumento. En este punto, es importante señalar que ellas dos poseen espíritus mucho más nobles y elevados que los de sus hermanas, lo cual parece deberse al hecho de que, por ser las de más edad, pudieron haber recibido educación por parte de su padre, mas éste, al aburrirse con rapidez de la vida matrimonial y, en especial, de su esposa, se desentendió por completo de la crianza de las menores, dejando todo su cuidado a cargo de la señora Bennet. Esto explicaría por qué dos de las tres sólo piensan en pescar marido, mientras que la otra sólo se interesa en los libros.

Elizabeth observa al señor Bingley y a Jane
En un principio, todo parece indicar que Jane, la mayor y la más hermosa, es la protagonista de la novela: el señor Charles Bingley, un joven soltero, adinerado y de posición privilegiada, se muda a una finca próxima de donde ella y su familia viven; pronto se conocen, y la bondadosa inocencia de ella se ve sublimada por la encantadora personalidad del otro... en pocas palabras, se enamoran. En tanto, sucede lo contrario con su hermana Elizabeth, quien, tan pronto como observa la altiveza y las arrogantes maneras del aristócrata Fitzwilliam Darcy, el mejor amigo del señor Bingley, forma mil juicios de él y jura no casarse jamás con alguien así. Sin embargo, en un simpático y astuto redireccionamiento de parte de Jane Austen, terminan siendo el orgulloso señor Darcy y la prejuiciosa Elizabeth quienes se hacen con el protagonismo de la historia conforme ésta se va desarrollando, de donde nace el nombre de la obra: Orgullo y Prejuicio.

Darcy ve con altiveza a Elizabeth

Por supuesto, tendrán que transcurrir muchos reveses antes de que Elizabeth deje sus prejuicios de lado y el señor Darcy deponga su orgullo y, ambos, se declaren amor el uno al otro; pero, recomiendo leer la novela para no ser yo el que arruine la sorpresa... aunque, para quienes no puedan aguantar las ganas, adelantaré un par de circunstancias: llega el primo que nadie conocía, el señor Collins, un patoso clérigo anglicano, y, a sabiendas de que sería él quien heredaría la casa, ofrece hacer las paces con la familia a cambio de casarse con Elizabeth, su propia prima (sí, el matrimonio entre primos era común entonces); el señor Bingley se ausenta de su finca y, sin decirle nada a Jane, se va a Londres para no volver; el archienemigo de Darcy, el tan apuesto cuan deshonesto militar George Wickham, se establece con su unidad en un pueblo cercano y, con melifluas palabras en contra de Darcy, azuza la ojeriza que la prejuiciosa Elizabeth le tenía, la cual, como se había gastado todos sus prejuicios en este último, se cree todo lo que el militar le dice... hasta que, de pronto, Wickham, hundido hasta el cuello en deudas, abandona su servicio y se fuga con su deshinibida hermana menor, Lydia, poniendo en riesgo el honor de toda la familia y desatando una persecución para encontrarlos. ¿Quién será el héroe que dé con su paradero y restituya la honra familiar? ¿Acaso el mismo culpable de separar a la pobre Jane del señor Bingley? Y ¿de dónde diantres aparece esa remilgada tía que quiere casar a Darcy, para variar, también con su prima?

Opinión

Jane AustenNo puedo negar que —curiosamente, muy de acorde con el título de la novela— yo mismo me vi asaltado por un prejuicio antes de sumergirme en ella; y fue precisamente ese prejuicio aquel que sirvió de excusa para no incluir el nombre de la autora en la primera edición. Ello es que, a inicios del siglo XIX, una mujer escribiendo romance no sonaba muy atrayente y, en efecto, hasta hace poco tampoco resultaba muy tentador para mí. Mi reticencia no se debía, sin embargo, a que tuviera por cierto que la prosa de una escritora no podría estar a la altura de la pluma de un viejo bigotón y aburrido (como son la mayoría de escritores cuyos libros merecen la pena ser leídos), sino que, siendo un excelente conocedor de mis gustos —el mejor, diría yo—, supuse inicialmente que la historia y el estilo no se adaptarían a ellos. 'Vamos', me dije con incredulidad, '¿una historia de amor sin bajeles ni asesinatos ni corsarios? ¡Imposible!' Ahora puedo decir: gran error de mi parte; pues, al fin y al cabo, fueron mis gustos los que terminaron por adaptarse muy de grado a la historia y al estilo.

Al mismo tiempo que Elizabeth y Darcy iban superando sus aprensiones, yo recorría con ellos el camino que me alejaba de mi zona de confort, al punto que, luego de tan sólo un par de capítulos, la novela ya me había atrapado y, un poco más allá, (como suele decirse) me enamoraba ya de los personajes. Y esto correspondía no sólo a que ellos son fascinantes de por sí, sino de forma especial a que el estilo de la autora, tan femenil y delicado como insigne a su vez, los dota de vida a medida que va sembrando agudeza y verosimilitud a lo largo de sus párrafos; de los cuales, si se quiere ser demasiado crítico y quisquilloso, lo único que se podría reprochar sería la escasez de profundidad en su descripciones, especialmente en las de los paisajes y escenarios; claro que, a cambio de ello, despliega sobre nuestra visión todo un abanico de complejas y cautivantes personalidades.

Elizabeth es presentada al señor DarcyEn resumidas cuentas, lo que más me agradó de la novela fue exactamente la razón por la cual me mostraba en un princio reticente a ella: la deliciosa y romántica pluma femenina; mérito que se ha de adjudicar tanto a su renombrada escritora, Jane Austen, como a su sagaz aunque desapercibida traductora, María Antonia Ibáñez.

¿Me identifiqué con algún personaje?

Sí, y no sólo eso, sino que también identifiqué a mi padre con uno de ellos: la calma y la serenidad que él practica ante cualquier circunstancia se corresponden a la perfección con la parsimonia del señor Bennet. En cuanto a mí, tengo que ser sincero y aceptar que me queda mucho trabajo por hacer para disminuir mi vanidad, la cual, como ya se podrá imaginar, siento que se puede equipar a la del señor Darcy. ¡Oh, sólo me queda esperar a que llegue a mi vida una Elizabeth para ponerme en mi lugar!

Valoración: 9/10

Sin lugar a dudas, puedo afirmar que es una de las mejores novelas con las que me he topado y que merece toda la aclamación que actualmente ostenta, por más que personalidades literarias como Mark Twain (cuyo estilo no es de mi agrado) afirmen lo contrario. Finalmente, dejaré la frase que más me fascinó de toda la obra, una pregunta, pequeña muestra de la gracil sutileza femenina que resulta tan encantadora:
«Cuando estaba con Jane no prestaba atención a nadie más, se dedicaba por entero a ella... ¿No es la descortesía con todos los demás la esencia misma del amor?».



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